En los sepulcros, donde acompañan frecuentemente a Dioniso, como garante del renacer de la Naturaleza, le auguran al muerto la continuidad infinita de la vida. Precisamente su carencia de tradición religiosa hace que, iconográficamente hablando, sus representaciones sean muy variadas: con o sin alas, vestidos o desnudos, con la única excepción de la Hora y el Kairós del Invierno, que aparecen siempre vestidos y velados. En cuanto a sus atributos, son prácticamente los indicados por Ovidio:
Febo, cubierto con ropa púrpura, estaba sentado en un trono lleno de brillantes esmeraldas. A derecha e izquierda, se encontraban de pie el Día, el Mes, el Año y el Siglo, y las Horas, situadas a igual distancia las unas de las otras; allí estaba la joven Primavera, con una corona de flores; el Verano, desnudo i con una guirnalda de espigas; el Otoño, lleno de manchas de uvas pisadas, y el Invierno, con sus cabellos blancos erizados. Ovidio, Metamorfosis, II, 24 y ss.
Es decir, la Primavera lleva flores; el Verano, una hoz y espigas; el Otoño, un cesto de frutas y un animal cazado, o bien uvas, un vaso y un tirso dionisiaco, y el Invierno, una caña y pájaros muertos. Estas representaciones se mantienen hasta las últimas figuraciones antiguas, mosaicos del s. V dC., y, en el caso de los Kairoi, hasta las del principio del s. VI. Solo en alguna ocasión aparece algún cambio, como el de adornar con ramas de olivo al Otoño.
Algunas veces se confunden Kairoi y Karpoi (lat. Copiae), pero según Miguel Ángel Elvira, Arte y mito: manual de iconografía clásica, pág. 310, deberían reservarse los segundos para los niños que aparecen a menudo sobre la figura de Tellus, la Tierra, en alusión a su carácter de madre generosa y fértil. Es posible, de todas formas, que esta confusión se diese ya en la Antigüedad, dado que, a menudo, se ve a los Karpoi con los atributos de los Kairoi.
Aunque el arte paleocristiano intentó mantener la iconografía de las Estaciones (mosaico del Oratorio del Buen Pastor, Aquileia, S. V), pronto aparecieron competidores a las figuras de las Horas: los Meses. La personificación de los Meses, no obstante, se había dado ya mucho tiempo atrás: los encontramos, por ejemplo, en un vaso ático del 375 aC aprox. como jóvenes con atributos que hacían referencia a fiestas celebradas en cada uno de los meses del año y los volvemos a encontrar en el calendario representado en el friso de la fachada de la Pequeña Mitrópolis de Atenas (s. II aC)
En época romana continuó la tradición y aumentaron los atributos y simbolismos: frutos, vientos dominantes, alusiones a fiestas, dioses protectores _ como Marte en marzo o Venus en abril_ o las labores agrícolas (calendario de El Djem), que sustituyeron a las personificaciones. Este tipo de representaciones siguió durante toda la Edad Media y fue decayendo, según iba avanzando el Renacimiento, a favor, otra vez, de las Estaciones. Se dieron tres posibilidades: una, la de evocar, como en época romana y la Edad Media, mediante la representación de las labores agrícolas (J. Bassano, 1575); las otras dos, en cambio, vuelven a la Antigüedad, bien recuperando las iconografías de las Horas y los Kairoi y cubriéndolas de atributos bien atendiendo a textos antiguos que relacionaban a ciertos dioses con estaciones concretas, lo que ya había hecho Lucrecio ( De rerum natura V, 737-744) al relacionar a la Primavera con Venus y Flora, al Verano con Ceres y al Otoño con Baco.
El sentido último de las Horas como organizadoras del día no atrajo la atención del arte romano, ni tampoco es fácil hallarlas en la edad moderna. Sin embargo, no puede olvidarse cuán íntimamente unido está su significado a una de las funciones tradicionales de las Horas: cuidar los caballos de Helios, preparar su carro todas las mañanas e incluso dirigirlo en algunas ocasiones (B. Peruzzi, en Villa Farnesina; Girolamo de Carpi, apr. 1550) A veces, estas Horas pueden llevar alas de mariposa porque la hora es ligera y su carrera rápida (G. Vasari, Ragionamenti)
Fuente: Miguel Ángel Elvira, Arte y mito: manual de iconografía clásica
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