La fíbula prenestina, llamada así por el lugar en el que se halló – la antigua Praeneste-, es una fíbula de oro de arco serpenteante que mide 10'7 cm. de longitud y 2'5 de altura y que contiene la inscripción – grabada con gubia de derecha a izquierda,algo habitual en las inscripciones latinas arcaicas – Manios : med : Fhe : Fhaked : Numasioi, equivalente en latín clásico a Manios me fecit Numerio: «Manio me hizo para Numerio». Tradicionalmente, la pieza se ha fechado entre finales del siglo VII y principios del VI a.C., es decir, anterior al que por entonces era considerando el texto más antiguo conservado en latín, la inscripción del Vaso Duenos.
La
fíbula
fue
publicada
por
Wolfgang
Helbig y Ferdinand
Dümmler en 1887, pero
estuvo envuelta en polémica respecto a
su autenticidad
desde el primer momento por su oscura procedencia y su texto lleno de
arcaísmos mezclados con dialectismos. La
ausencia
de un contexto arqueológico claro,
diversos puntos inconexos y algunas
contradicciones en la historia de la pieza impiden que se sepa con
seguridad dónde apareció y qué sucedió desde el momento de su
hallazgo hasta el de su publicación el
7 de enero de 1887 en un encuentro celebrado en el Instituto
Arqueológico Alemán
de Roma.
La
joya
llamó la atención por el carácter extraordinario de la inscripción
grabada sobre la mortaja y que se
estaba dando a conocer como
la más antigua de las inscripciones en latín conocidas hasta el
momento. La comunicación que hicieron
Helbig
y Dümmler fue publicada el 26 de enero de ese mismo año en la
Wochenschrift
für klassische Philologie.
En el
artículo,
Helbig
afirmaba que la fíbula se había encontrado en una sepultura de los
alrededores de Palestrina, del mismo tipo que la
tumba
Bernardini y similar a la conocida como tumba Regolini-Galassi
de Caere. La datación
que hizo entonces, siglo
VI a.C., ha
sufrido actualmente un cambio
de acuerdo con una más correcta datación de la tumba Bernardini, el
670 a.C. Se
hizo otra
publicación en los Rendiconti
dell’Accademia Nazionale dei Lincei,
donde Helbig también había presentado la fíbula el 16
de enero. Poco después, ese mismo año, en una nueva publicación
añadió a lo que ya había dicho algunas variantes. Contó entonces
que un amigo suyo, cuyo nombre no facilitó, la había comprado en
1871 en Palestrina y
declaraba que
no conocía la tumba en la que se había encontrado, pero comparaba
su pieza con otras fíbulas similares, sin inscripción, halladas en
las tumbas Barberini y Bernardini, descubiertas en Palestrina en 1855
y 1876, respectivamente.
El
primero en declarar con
claridad
que la pieza provenía de la tumba Bernardini fue Georg
Karo, en
1898. En
una carta escrita el 21 de diciembre de 1900 y dirigida a
Luigi
Pigorini, director del Museo
Prehistórico y Etnográfico de Roma, afirmó
que, según
los datos que le había revelado Helbig, Francesco Martinetti,
anticuario de profesión, había comprado la
fíbula
al jefe de las excavaciones de Palestrina quien, a su vez, le aseguró
que había sido robada de la tumba Bernardini.
Helbig no habría querido divulgar la noticia hasta entonces porque
aún vivían las personas implicadas en el robo. Pero el verdadero
problema es que la tumba Bernardini se excavó seis años antes de la
fecha en la que, según Helbig, se compró la fíbula. Según G.
Colonna, la fíbula fue luego donada por Martinetti al Museo
Villa Giulia en 1889, el mismo año de la fundación de esta
institución. Pigorini, tras recibir la carta de Karo, pidió
oficialmente a la Dirección General de la Antigüedad la
transferencia de la fíbula al museo que él dirigía para unirla al
conjunto de la tumba Bernardini. En
1901, la fíbula fue transferida al Museo Prehistórico y Etnográfico.
No obstante, Giovanni
Pinza, en 1905, C. Densmore Curtis, en 1919, y el mismo Karo,
en 1925, expresaron
sus reticencias a creer que la pieza perteneciera a la tumba
Bernardini, de manera que,
en 1960, cuando la tumba fue
trasladada al Villa Giulia, la fíbula permaneció en el Museo
Pigorini.
Esta
aparente ausencia de rigurosidad científica y el oscurantismo que
rodeaba la pieza fue lo que, en 1980,
llevó a Margherita
Guarducci, en su trabajo La
cosiddetta Fibula Prenestina,
a lanzar la hipótesis de la falsedad
de la fíbula y a acusar a Helbig de ser el autor de una
falsificación integral, tanto de la pieza como de la inscripción,
llevado por un afán de notoriedad científica y lucro económico.
Guarducci fue rotunda y aportó numerosos argumentos, pero estos eran
poco científicos y nada contrastados y obviaban los datos gráficos,
fonéticos y morfológicos que el texto proporcionaba en relación
con su cronología. Fue este carácter
del texto el que animó a P. Flobert, en 1991,
a llevar a cabo un riguroso análisis de
la inscripción, después del cual se declaró partidario de su
autenticidad.
La
pieza fue objeto, a lo largo de los años, de numerosos análisis
físicos y
lingüísticos que
nunca fueron concluyentes puesto que las
condiciones adecuadas para valorarlo no
se darían hasta mucho más tarde, gracias a los avances científicos.
La
misma Guarducci encargó pruebas
grafológicas, para
comparar
la escritura
de la fíbula con la de algunos manuscritos de Helbig,
con
las que se aventuró a concluir que se
podía asserire
con certezza che è stata la mano dello Helbig a tracciare la scritta
della Fibula Prenestina.
A
favor de esta hipótesis se
sumaron estudiosos
como W.
Belardi, P. G. Guzzo, H. Jucker, D.
Ridgway, R. Lazzeroni y
M. Moltesen; otros, en
cambio,
prefirieron
no pronunciarse, como A. E. Gordon o Fulvia
Lo Schiavo, que, tras un estudio tipológico, afirmó que la fíbula era un unicum, pero perfectamente coherente y plausible. Otros estudiosos estimaro también difícil que se tratara de una falsificación, entre ellos, G. Colonna, H. Krummrey y C. Trümpy, que, basando su estudio en el texto del epígrafe y aportando un estudio lingüístico, concluyó que era imposible que alguien lo hubiera inventado en 1886.
Como
se
afirma en
Javier
Martínez (ed),
Mundus
vult decipi. Estudios interdisciplinares sobre falsificación textual
y literaria,
Madrid, Ediciones Clásicas, 2012, pp. 127-136 ISBN: 84-7882-738-2,
«Hacia
1887 ya se manejaban conocimientos suficientes de latín dialectal y
arcaico como
para poder
determinar si la fíbula y su inscripción eran o no auténticas. Si
la presentación
pública del documento se
hubiera realizado
a
finales del siglo XVIII o a comienzos del XIX, cuando todavía no se
habían desarrollado los estudios de gramática histórico-comparada
de las lenguas antiguas, nunca
hubiera
habido
dudas acerca de su autenticidad.»
Respecto
a los análisis físicos de que fue objeto, los
primeros – ninguno de ellos científicamente concluyente, como
ya se ha dicho,
y obviando
todos las evidencias proporcionadas por el texto – los promovió
también
Margherita
Guarducci a principios de los años ochenta. El primer análisis
lo
llevó a cabo el
profesor Guido Cellini, que,
según Guarducci tenía mucha experiencia
en objetos antiguos, con la ayuda de lentes de aumento. La
conclusión,
basada en razonamientos tipológicos relacionados con la rigidez del
oro y con la observación de zonas
erosionadas que podrían ser atribuibles a la acción de ácidos
aplicados por el falsificador,
fue
que el objeto era
una falsificación. El otro examen promovido
por
Guarducci
fue
del
profesor Guido Devoto,
que,
con la ayuda de un microscopio, determinó que la fíbula é
un’abile falsificazione moderna.
Estos exámenes se limitaron
al microscopio y microfotografías cuyos resultados, en comparación
con los obtenidos del examen de otros objetos de oro
antiguos,
dieron
como conclusión
que se
trataba de
una falsificación.
Pero la pieza se sometió también,
en dos ocasiones, a análisis de fluorescencia X.
Estos
análisis, que
determinan
la composición del oro, dieron como resultado que el metal de la
fíbula de Preneste tiene una alta concentración de este
metal,
plata en menor medida y un mínimo de cobre. Composición
muy similar
a
la de otra fíbula de la tumba Bernardini.
La
profesora Fulvia Lo Schiavo y el profesor Gian
Luigi Carancini no
creyeron que hubiera
argumentos suficientes, basándose en la tipología de la pieza, que
permitieran
descartar su autenticidad. Lo Schiavo puso
de manifiesto
que, de
la
confrontación
de
las características técnicas de la fíbula
con
otras
de similares características, se
extraía que esta
encajaba
perfectamente en el grupo de fíbulas de arco serpenteante datables
entre finales del VIII y el primer cuarto del VII. Se
añade a esto que
la fíbula prenestina presenta la mayor afinidad con la otra fíbula
de
la tumba Bernardini, de la cual se puede considerar una variante
arricchita.
Lo
Schiavo y Carancini, pues,
concluyeron
que es perfectamente coherente desde el punto de vista tipológico y
de la técnica de fabricación considerar la fíbula de Preneste un
ejemplar único en su especie, pero no una
falsificación.
En
1992, Edilberto
Formigli
publicó
los resultados de un nuevo análisis de la pieza, llegando a la
conclusión de que a simple vista había ciertos elementos que podían
respaldar la tesis de la
falsedad,
pero,
cuando
se observa al microscopio óptico la superficie del metal, en
ciertas partes de la pieza se advierte la presencia de pequeños
granos de color plateado. Los análisis demuestran que se trata de
una inclusión de osmio-iridio, un material que se encuentra
frecuentemente en el oro de manufacturas antiguas y que no aparece en
el oro moderno. Su presencia se considera una
prueba de autenticidad de la pieza. La dureza de éstas hace que no
se disuelvan completamente durante la primera fusión del metal. Más
tarde, durante las operaciones de refinamiento de la pieza, las
inclusiones que se encuentran en la capa más externa del metal
quedan a la vista. Por tanto, la pieza no
hubiera podido formarse
a partir de una refundición de oros antiguos, pues la probabilidad
de que los gránulos de osmio-iridio no se fundan en sucesivas
refundiciones y vuelvan a la superficie del metal es mínima. Las
concreciones grisáceas localizadas en el interior del tubo
transversal que, según el análisis, son un compuesto de materiales
orgánicos varios y que fueron considerados por Cellini y Guarducci
como un intento del falsificador de envejecer el aspecto de la
fíbula, resultan ser en realidad restos de la pasta que usan los
fotógrafos para fijar la posición de los objetos pequeños durante
las sesiones fotográficas. Como decía Devoto en su análisis, no
se observa sobre la superficie de la fíbula prenestina la micro
estructura granular que presentan piezas de oro antiguas. Sin
embargo, Formigli subraya que se trata de zonas frecuentemente
manipuladas desde su descubrimiento hasta nuestros días y
que existen
zonas de la fíbula donde la estructura superficial es exactamente
la que corresponde a un objeto antiguo. Además, la superficie de la
pieza ha sido dañada en varias ocasiones con agentes corrosivos
aplicados por los restauradores.
En
relación con la autenticidad de la inscripción se dice que los
ataques químicos se repitieron al menos dos veces, antes y después
de la ejecución de la inscripción. Formigli no apoya esta opinión
y añade que incluso es posible que en alguna restauración se hayan
repasado las letras de la inscripción antigua. En vista de todo
esto, queda claro que la fíbula prenestina no es un objeto cuyo
análisis
a simple vista pueda poner en evidencia sus secretos. Tiene una
historia compleja, en la que intervienen daños, manipulaciones,
reparaciones y retoques. Por tanto, un objeto con una historia tan
compleja,
dice Formigli, non
può essere giudicato facilmente
dopo alcune superficiali indagini esopralluoghi comme quelli
elencati dalla Guarducci, anche se avessero preso parte i migliori
specialisti del campo. Después
de un largo proceso de investigación, numerosos análisis y una
interpretación objetiva de los resultados, Formigli afirma que la
fíbula está completamente libre de las sospechas de falsedad.
Respecto
al problema de la inscripción, en vista de las manipulaciones que ha
sufrido el objeto y la superficie donde se encuentra la inscripción,
duda que con métodos arqueométricos se pueda llegar a una
conclusión realmente definitiva. En los 90 había quedado a salvo
la autenticidad del objeto; solo
quedaba por determinar, con pruebas científicamente concluyentes,
la datación de la inscripción. Y Formigli, restaurador y
profesor universitario de Ciencias Aplicadas a los Bienes Culturales,
junto con Daniela
Ferro, química del Instituto Italiano para el estudio de los
materiales nanoestructurados, avanzó en los análisis hasta poder
presentar en junio de 2011 unos resultados científicamente
incontestables, según los cuales tanto la fíbula como su
inscripción son auténticos y pueden datarse en la primera mitad del
siglo VII a.C. Las nuevas
técnicas analíticas aplicadas permitieron acceder a zonas de la
superficie más pequeñas que las observadas en décadas anteriores.
La observación específica por medio de SEM (Scanning
Electron Microscope)
y el consiguiente análisis detallado, físico y químico en el
interior de las incisiones evidenciaron micro-cristalizaciones en la
superficie del oro, lo que solo puede producirse pasados muchos
siglos desde la fusión. De ninguna manera, pues, ni Helbig ni ningún
otro, pudieron haber realizado tal falsificación; tanto la joya
como la inscripción son auténticas, siendo las marcas y manchas de
la superficie el resultado de operaciones de limpieza y restauración
realizadas por manos inexpertas a lo largo de la historia. En
palabras de D. Ferro:
«Es
una pieza de alta joyería, hecha en la parte del soporte con una
lámina con alto contenido en oro, un material dúctil para ser
grabado con la punta de un estilo. La inscripción se realizó de la
misma manera. También han sido identificadas las reparaciones
efectuadas
antiguamente, como la presencia de un pan de oro para ocultar una
pequeña fractura, mientras que el uso de una amalgama de oro para
reforzar la parte móvil de la lengüeta podría ser reciente. Es
improbable que un falsificador haya podido operar en las
particularidades de elaboración y el uso de aleaciones del oro en un
período en el que el conocimiento de los procedimientos de la
orfebrería etrusca no eran particularmente conocidos en detalle, en
cuyo caso habrían podido ser detectados con los más sofisticados
instrumentos tecnológicos.»
Respecto
al texto inscrito, es la filología la disciplina que aporta las
pruebas indiscutibles de la autenticidad del documento. Algo que
veremos en el próximo post.
Fuente: Sobre la autenticidad de la fíbula preneste. Las evidencias del texto y su confirmación científica.
Fuente: Sobre la autenticidad de la fíbula preneste. Las evidencias del texto y su confirmación científica.