En este fin de semana tan cercano a Todos los Santos nos vamos a centrar en un aspecto relacionado con el culto a los muertos: la costumbre de hacer máscaras de cera para conservar la imagen del difunto en época romana y la posible vinculación entre esta práctica y la fotografía post mortem del siglo XIX.
I. Imagines maiorum
La costumbre de las máscaras en época romana responde, al igual que el uso de ungüentos y perfumes, al problema biológico de la descomposición de los cadáveres, ya que la duración de los funerales (siete días) no permite una exposición tan prolongada.
Se sacaba el molde del rostro del difunto, que era la huella en negativo de la que se sacarían las máscaras en positivo en cera, según Plinio XXXV, expressi cera vultus.
Mientras duraba la exposición del cadáver la máscara era colocada sobre su rostro o sobre un maniquí al que se le daba la postura y actitud del difunto. Después de la exposición, el retrato de cera o effigies del cadáver era llevado al foro, ya que en el funeral tras el ataúd iba el cortejo de los parientes, amigos y un actor, que con la máscara representaba al difunto, al que imitaba en sus palabras y gestos. Así lo vemos en el funeral de Vespasiano. Suetonio, Vespasiano, 19
Mientras duraba la exposición del cadáver la máscara era colocada sobre su rostro o sobre un maniquí al que se le daba la postura y actitud del difunto. Después de la exposición, el retrato de cera o effigies del cadáver era llevado al foro, ya que en el funeral tras el ataúd iba el cortejo de los parientes, amigos y un actor, que con la máscara representaba al difunto, al que imitaba en sus palabras y gestos. Así lo vemos en el funeral de Vespasiano. Suetonio, Vespasiano, 19
El día de sus funerales el jefe de los mimos, llamado Favor, que representaba la persona del emperador, y según costumbre, parodiaba sus modales y lenguaje, preguntó públicamente a los intendentes del difunto cuánto costaban sus exequias y pompas fúnebres; y cuando le contestaron diez millones de sestercios, exclamó:”dadme cien mil, y arrojadme, si queréis, al Tíber.
Una vez el cuerpo era incinerado o inhumado con la máscara que le había acompañado se sacaba del molde primitivo otra nueva que se guardaba cuidadosamente. Para que se pareciera más la familia la hacía colorear, montar sobre un busto con la cabeza, el cuello yla parte superior del vestido, y la exponía en el atrio propiamente dicho, o en las alas del atrio. Por lo que vemos que las máscaras situadas sobre los bustos eran móviles y se podían quitar para poder reemplazarlas o ser llevadas por lo actores como las máscaras de teatro.
Polibio, historiador del siglo III a.C. nos dice : Luego se procede al enterramiento y, celebrados los ritos oportunos, se coloca la imagen del difunto en el lugar preferente de la casa, en una hornacina de madera. La imagen es una máscara que sobresale por su trabajo; en la plástica y el colorido tiene una gran semejanza con el difunto.
Se guardaban en armarios de madera en forma de pequeños templos aedicula para protegerlas del deterioro producido por el paso del tiempo y la suciedad ya que se ennegrecían fácilmente y se convertían en fumosae imagines de las que hablan los autores para indicar la pertenencia a la nobleza desde siempre. Debajo de las imagines se colocaban inscripciones tituli o con los nombres, dignidades, o principales hechos bélicos de cada personaje. Livio, X, 7, 11
¿Se leerán con toda naturalidad en la inscripción de las imágenes de alguien los consulados, la censura y el triunfo y si se añade el augurado o el pontificado no lo resistirán los ojos de quien lo lea?.
Los armarios solo se abrían en ocasiones solemnes. Se coronaban los bustos con laurel los días de fiestas y se les rendía un culto doméstico. En las ceremonias de los funerales las imagines maiorum tenían un papel considerable. Cuando moría un miembro de la familia, se abrían los armarios y se arreglaban las máscaras que iban a ser llevadas por los
actores quienes se vestían además con los trajes adecuados a la dignidad del personaje que representaban, como senador, como cónsul, luego se subían a algún carro elevado y con los lictores precedían el cuerpo del difunto.
Cada vez que moría un miembro de la una nueva máscara se colocaba junto a las anteriores y aumentaban las imágenes de los antepasados. De esta manera la gloria de una familia se media por el número de mascaras en el atrio y por el número de antepasados presentes en las ceremonias. Así que buscaban aumentarlo añadiendo los de otros familiares incluso lejanos, o remontándose a héroes tradicionales y legendarios como Rómulo o Eneas, de quienes pretendían descender.
Los carros se contaban incluso por centenares, según Servio Ad Aen. VI, hubo 600 en los funerales de Marcelo.
Cuando la procesión llegaba Foro ante la tribuna de los oradores, los portadores de las máscaras desmontaban y se sentaban todos por su rango en sillas de marfil para escuchar el discurso fúnebre o laudatio. De esta manera el muerto iba a la tumba acompañado de todos sus antepasados, para Polibio era un espectáculo lleno de solemnidad y grandeza que nos hace comprender fácilmente la impresión de que los asistentes debían sentir.
En ocasión de sacrificios públicos se abren las hornacinas y las imágenes se adornan profusamente. Cuando fallece otro miembro ilustre de la familia, estas imágenes son conducidas también al acto del sepelio, portadas por hombres que, por su talla y su aspecto, se parecen más al que reproduce la estatua. Éstos, llamémosles representantes, lucen vestidos con franjas rojas si el difunto había sido cónsul o general, vestidos rojos si el muerto había sido censor, y si había entrado en Roma en triunfo o, al menos, lo había merecido; el atuendo es dorado. La conducción se efectúa con carros precedidos de haces, de hachas y de las otras insignias que acostumbran a acompañar a los distintos magistrados, de acuerdo con la dignidad inherente al cargo que cada uno desempeñó en la repúbl ica. Cuando llegan al foro, se sientan todos en fila en sillas de marfil; no es fácil que los que aprecian la gloria y el bien contemplen un espectáculo más hermoso. ¿A quién no espolearía ver este conjunto de imágenes de hombres glorificados por su va
lor, que parecen vivas y animadas? ¿Q
ué espectáculo hay más bello? Además, el que perora sobre el que van a enterrar, cuando, en su discurso, ha acabado de tratar de él, entonces habla de los demás representados, comenzando por el más viejo, y explica sus gestas y sus éxitos. Así se renueva siempre la fama de los hombres óptimos por su valor, se inmortaliza la de los que realizaron nobles hazañas, el pueblo no la olvida y se transmite a las generaciones futuras la gloria de los bienhechores de la patria.
Pero en un principio no todas las familias tenían el derecho ius imaginum a llevar en la ceremon ia las máscaras funerarias de sus antepasados. La razón era que la mayoría de las familias a los ojos de la ley no tenía antepasados nullis maioribus ortae. Suetonio en Vespasiano I, hablando de la Gens Flavia dice
gens Flavia, obscura illa quidem ac sine ullis maiorum imaginibus,
la familia Flavia, obscura en verdad y sin ninguna distinción,
Esto es así porque sólo se consideraba antepasados a aquellos que han ejercido una de las magistraturas curules, dictadores, cónsules, censores, pretores, los maestros de de caballería o ediles curules, y sólo estos tenían imago, y, en consecuencia, únicamente sus familias tenían ius imaginum, el derecho a guardar las imágenes en el atrio y usarlos en el día del funeral público.
En nuestro vocabulario nos han llegado expresiones hechas relativas a las imagines maiorum como son tener muchos humos, relacionado con las fumosae imagines, y brillar por su ausencia
En nuestro vocabulario nos han llegado expresiones hechas relativas a las imagines maiorum como son tener muchos humos, relacionado con las fumosae imagines, y brillar por su ausencia
cuando se evitaba mostrar las imagines de los antepasados por lo actos que habían realizado en vida.
Inicialmente, sólo el cabeza de familia y además sólo los patricios que poseen el ius imaginum, porque son quienes pueden ejercer las magistraturas curules. Pero en el año 367 a. C. gracias a las Leyes Licinias-Sextias se permitió el acceso de plebeyos al poder lo que supuso que las familias plebeyas tuvieran también el ius imaginum. Se creó entonces una grupo formado por los notables o nobiles, compuesto por magistrados curules y sus descendientes. Por debajo de ellos los novi homines, ciudadanos que no tenían imágenes de sus antepasados. Lo podemos ver en el discurso de Mario (Salustio, Yugurta 85) quien nombrado cónsul por primera vez menciona con orgullo y cierto resentimiento que no tiene imagines de sus antepasados.
Y tienen aún valor cuando arengan en vuestra presencia, o en el Senado, para ensalzar prolijamente a sus mayores, creyendo que la memoria de sus grandes hechos les hará a ellos más ilustres, lo que es muy al contrario. Porque cuanto la vida de aquellos fu ese mas esclarecida, tanto es más reprehensible la pereza de estos. Y en la realidad ello e
s así: la gloria de los mayores es para sus descendientes una antorcha, que no permite que sus virtudes ni sus vicios estén ocultos. Yo nada de esto tengo, oh Quirites; pero puedo referir mis hazañas, que vale mucho más. Ved, pues, cuan injustos son, que lo que se atribuyen ellos a sí por la virtud ajena, no quieren concedérmelo a mí por la propia. ¿Y por qué? Porque no tengo en mi casa estatuas, y porque mi nobleza es de ayer; siendo cierto que es mejor adquirírsela uno por sí mismo, que haber corrompido la que heredó.
El uso de las máscaras de cera llegó hasta el final del imperio, se extendió por las provincias romanas y se generalizó como muestra de culto a los difuntos . Nos han llegado algunas máscaras excepcionales, (cuyas imágenes ilustran el artículo) como la de la niña Claudia Victoria, hallada en 1874 en Lyon en el interior de una tumba junto a objetos personales, como una muñeca de marfil y unas pinzas de depilar. Sobre la tumba había una inscripción
A los manes y a la memoria de Claudia Victoria de diez años, un mes y once dias.
Se trata de la impronta en relieve de una máscara funeraria realizada en yeso en el momento de la muerte de una niña que debió vivir en el siglo II d. C. Se halla en el Museo de la Civulisation gallo-romaine de Lyon.
Pero realmente sorprendente es la de un bebé hallado en 1878 cerca de Paris, se trata de la huella en negativo sobre yeso de su rostro.
La máscara obtenida de este molde datada en el siglo III nos muestra a un hermoso bebé de pocos meses con aspecto sereno que parece dormir.Se encuentra en el Museo Carnavalet, de Paris
*Imágenes del libro L'enfant en la Gaule romaine.
II. Fotografía post mortem
Relacionado con esta costumbre de época romana encontramos un tipo de fotografía de difuntos, la fotografía post mortem que surge en Francia en el siglo XIX. Para ello se vestía el cadáver de un difunto con sus ropas personales y se le hacía una fotografía individualmente o con familiares y amigos, en ocasiones simulando estar vivo.
Dentro de la ideología romántica, este tipo de fotografía mortuoria no se entendía como algo morboso, sino más bien como un privilegio al alcance de unos pocos. Para conocer más detalles de este tipo de fotografía os dejo este enlace.
2 comentaris:
Un articulo muy interesante, como todos, y acorde con estos días.
Algo escalofriantes las imágenes de las máscaras y las fotografías....
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