Cuando las conspiraciones de Luis XVI para acabar con la Asamblea Nacional de la Revolución Francesa fracasaron y propiciaron un golpe de estado que tuvo como resultado su deposición_ 10 de agosto de 1792_, se celebraron nuevas elecciones y se proclamó una nueva Asamblea de carácter constituyente llamada Convención. La Convención, intentando romper todo lazo con el orden antiguo y en la idea entusiasta de que iniciaban una nueva Era, derogó la Constitución de 1791, abolió legalmente la monarquía_21 de septiembre de 1792_, e instauró la I República francesa_ 22 de septiembre de 1792. Los cambios, sin embargo, no se limitaron al plano político. Si había que romper con todo lo que representaba el orden antiguo, las reformas debían ser más profundas y abarcar todos los campos de la cultura y de la sociedad. En este sentido, uno de esos primeros cambios se centró en el hecho de unificar las medidas de longitud que coexistían hasta la fecha, junto con las de superficie, volumen y masa. Para llevar a cabo esta tarea, se creó una comisión encargada de definir las nuevas unidades de medida, en base decimal. Entre sus miembros se encontraban el químico Lavoisier y los astrónomos-matemáticos Lagrange y Laplace.
Este Orden Nuevo que representaba la Revolución pretendía tener carácter universal. Por eso, se tomó como referencia algo que pudiera ser común a toda la humanidad, las dimensiones de la Tierra. Se creó, pues, otra comisión encargada de calcular la distancia exacta entre París y Barcelona, cálculo que serviría de base para medir el meridiano terrestre. Esta comisión estuvo formada por dos científicos, Delambre y Méchain.
El trabajo de una y otra comisión arrojó como resultado una nueva unidad de medida, el metro, que se definió como la diezmillonésima parte de la distancia entre un polo y el Ecuador.
Se propuso también la creación de un nuevo calendario, que rompiera totalmente con el tradicional, heredero directo de la cultura romana y plagado de referencias religiosas, basado en el sistema decimal. Otra comisión, presidida por el diputado Gilbert Romme y en la que se encontraba también Laplace, se encargó de ello.
La primera medida adoptada por esta comisión fue, dado que se iniciaba una nueva Era, la de volver a numerar los años. Así, el año I de la nueva Era empezaba el año de la instauración de la I República y como día inicial del año se escogió el 22 de septiembre, el equinoccio de otoño. El año empezaba a las 12 de la noche del día en que se producía el equinoccio de otoño, como en los calendarios de Oriente Medio.
La idea de empezar el año el día del equinoccio de otoño, aunque buena en principio por lo que supone (cambio de estación y final del período de vacaciones e inicio del período laboral), presentaba problemas, puesto que, desde el punto de vista astronómico, el equinoccio de otoño no tiene una fecha fija y, por tanto, el año podía empezar el 22, el 23 o el 24 de septiembre.
Respecto a los meses, adaptarlos al sistema decimal provocó también bastantes problemas: o bien se dejaban 10 meses de 36 días o bien 12 meses de 30 días. Es decir, de una u otra forma, una de las divisiones no se ajustaba al sistema decimal (12 meses y 36 días) Finalmente, se decidió dejar 12 meses de 30 días y los 5 días sobrantes, 6 en los años bisiestos, se añadían al final del año como días especiales y festivos.
La agrupación tradicional de los días en semanas se cambió siguiendo el modelo del calendario griego en el que los días se agrupaban en décadas. Así, cada mes tenía 3 décadas. También siguiendo el modelo griego de agrupación de años en Olimpiadas, se crearon las Francíadas, formadas por tres años de 365 días y uno de 366 (bisiesto)
El cómputo de las horas también sufrió el cambio al sistema decimal. Los días tendrían 10 horas; cada hora, 100 minutos y cada minuto, 100 segundos. Por tanto, para completar un día, con 100.000 segundos equivalentes a nuestros 86.400, los segundos debían ser más cortos. Un segundo republicano equivalía a 0’864 de nuestro segundo. Un minuto decimal era 1 minuto y 26 segundos de nuestro cómputo y una hora decimal equivalía a 2 horas y 24 minutos. Este sistema de medida duró sólo 6 meses, no sólo porque la gente no pudo acostumbrarse ni supo, sino porque suponía fundir todas los relojes existentes. En el decreto de la Convención del 5 de octubre de 1793, en el artículo XI, se lee:
XI. El día, de medianoche a medianoche, está dividido en diez partes; cada parte en diez otras, así sucesivamente hasta la más pequeña porción medible de la duración. Este artículo será válido para las actas públicas únicamente a partir del 1º del primer mes del tercer año de la república.
Y en el artículo XI del decreto del 24 de noviembre del mismo año, se puede leer:
XI. El día, de medianoche a medianoche, está dividido en diez partes u horas, cada parte en diez otras, así sucesivamente hasta la más pequeña porción medible de la duración. La centésima parte de la hora se llama minuto decimal, la centésima parte del minuto se llama segundo decimal. Este artículo será válido únicamente a partir del 1º de Vendémiaire, en el año tres de la República.
Como ya hemos apuntado, se trataba de eliminar todo vestigio de cultura anterior, de cambiar esquemas mentales y de no tener otra diosa que la Razón. Los días de la semana y los nombres de los meses recordaban a los grandes dioses por los que había pasado la cultura occidental.
2 comentaris:
Estupenda entrada, felicidades y gracias.
Gracias a ti, frikosal, no sólo por tus palabras, sino por tu lectura, aunque creo que has sido muy benévolo.
Saludos
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