dilluns, 8 de juliol del 2013

Los placeres del veraneo

Sabemos que aquellos que se lo podían permitir disfrutaban de los placeres del veraneo como en la actualidad. Unos días en la playa, en la montaña o un viaje era lo  frecuente.

I. Al campo: Muchos tenían el gusto de regresar a su ciudad de origen o a la villa del campo en la que su vida era más descansada pues carecían de compromisos oficiales. Plinio el Joven le cuenta a su amigo Fusco nos cuenta en primera persona cómo es una jornada habitual de verano en Etruria (Ep. IX, 40)

Me preguntas de qué modo distribuyo mis días de verano en Los Tuscos. Me levanto cuando me apetece, en general, poco más o menos a la hora primera, con frecuencia antes, raramente más tarde. Las ventanas permanecen cerradas. En efecto es extraordinario de qué modo gracias al silencio y la obscuridad consigo aislarme de todo aquello que distrae nuestros sentidos, y libre y abandonado a mí mismo, no dejo que mi pensamiento vague por donde lo llevan mis ojos, sino que hago que mis ojos se representen todo aquello que nace de mis pensamientos, pues aquellos que ven lo mismo que nuestra mente cuando no aparece ante ellos ninguna otra imagen. Si tengo alguna obra entre manos, concentro en ella mi atención y la elaboro en mi cabeza palabra por palabra, como si realmente la estuviese fijando por escrito y corrigiendo. El resultado son pasajes ora más breves ora más largos, de acuerdo con la dificultad o la facilidad con la que he podido redactarlos y retenerlos en mi cabeza.

Llamo a uno de mis secretarios, y tras dejar entrar la luz del día, le dicto lo que he compuesto. Se va. Al cabo de un rato lo llamo de nuevo y de nuevo le permito retirarse poco después. Cuando llega la hora cuarta o la quinta (pues mis horarios no están perfectamente fijados ni calculados de antemano), según cómo se presente el día, salgo al parterre o me refugio en la galería cerrada, continúo meditando y dicto. Subo a un carruaje, y allí me entrego a las mismas ocupaciones que cuando paseo o estoy en el lecho. Mi concentración mantiene en todo momento la misma intensidad, e incluso se ve reavivada por los continuos cambios de situación. Duermo un poco de nuevo, después paseo, a continuación leo un discurso griego o uno latino, procurando que mi pronunciación sea clara y enérgica, lo que hago no tanto para practicar la voz como a fin de fortalecer mi pecho. No obstante, también mi voz sale fortalecida gracias a ello. 
Doy otro paseo, recibo friegas de aceite, hago un poco de ejercicio y me baño. Mientras ceno, si estoy a solas con mi esposa o pocos amigos, hago leer una obra. Después de cenar, es introducido a nuestra presencia un cómico o un tañedor de lira. Seguidamente paseo en compañía de mis sirvientes, entre los que se cuentan algunos muy instruidos. Así, pasando de unos temas de conversación a otros, prolongamos la velada, e incluso en la época en que los días son más largos, el tiempo se pasa con rapidez
A veces se producen algunos cambios en esta distribución de mi tiempo. En efecto, si he permanecido durante largo rato en la cama o he prolongado mucho mi caminata matinal, sólo salgo a dar un paseo después de la siesta y de la lectura en voz alta el correspondiente discurso, pero no en carruaje, sino a caballo, lo que me hace ganar tiempo por ir más rápido. Vienen a verme algunos amigos desde las ciudades vecinas y se me llevan una parte del día. En ocasiones, cuando me siento cansado, acuden oportunamente en mi ayuda, imponiéndome una interrupción en mi trabajo. De vez en cuando salgo a cazar, pero no sin mis tablillas. Así , aunque no obtenga ninguna pieza, nunca vuelvo a casa sin nada. también dedico un tiempo a los arrendatarios de mis tierras, no demasiado, en su opinión. Las quejas de éstos, que son las propias de unos campesinos, hacen que aprecie especialmente nuestras cartas y la vida en Roma. Cuídate.


II. La playa. Para la aristocracia lo ideal era acudir a la costa, por ejemplo a Bayas que se convirtió en un centro de verano, una ciudad-balneario. Alabada por su clima benigno y la calidad de sus aguas (Plinio el Viejo,  Hist. Natu. XXXI, 2) pero criticada por Cicerón, Varrón o Séneca (Ep. a Lucilio, V, LI) que veían en ella un lugar de vicio y perversión.



 ¿Qué necesidad tengo de ver a gente embriagada vagando por la costa, las orgías de los marinos, los lagos que retumban con la música de las orquestas y otros excesos que una lujuria, al margen de todo principio, no solo comete, sino hasta pregona?


Marcial con su sentido del humor y fina ironía lo cuenta así:

La casta Levina, que no cede en virtud a las antiguas sabinas y ella misma más sombría que su marido, a pesar de lo tétrico que es él, mientras ora se sumerge en el Lucrino, ora en el Averno y mientras se deja acariciar frecuentemente por las aguas de Bayas , terminó por estallar en llamas y, abandonando a su esposo, se fue en pos de un joven. 
Vino Penélope, marchó Helena.

III. Viajar.  El placer del viaje dependiendo de la fortuna del viajero no era el mismo, pues el medio de transporte iba desde la sencilla mula, o caballo hasta los carruajes más lujosos, en las vías terrestres  o barcas para las vías fluviales.

Para que podamos hacernos una idea de cómo podían ser los viajes a lo largo del imperio romano y viajemos en el tiempo os dejo este enlace a la página ORBIS que nos permite elegir la ciudad de origen y llegada, el vehículo usado (correo imperial, carro, a caballo...), la época del viaje, el recorrido más corto, el más barato...
O bien en este otro enlace siguiendo la tabula Peutingeriana podemos viajar por Italia, Francia, Germania, Graecia,...

Bien, amici, os dejo viajando virtualmente por el mundo romano mientras permitidme que me retire a mi villa rustica...




¡¡Feliz verano!!
¡¡Nos veremos en septiembre!!